PERO LA POLÍTICA CULTURAL NO TANTO
A finales de los 90s del siglo pasado Colombia inauguró su Ley de cultura, de acuerdo al espíritu de la constitución del 91, enarbolando varias banderas que transformarían definitivamente el Estado, entre las cuales, la descentralización, la multiculturalidad, y la participación, ampliaron la concepción y el campo de acción de la gestión cultural, en procura de una sociedad más pluralista, incluyente y diversa.
Luego, desde principios del 2000, el auge de las industrias culturales y creativas, cuyos vientos venidos de países como Reino Unido y Estados Unidos, Francia y España, llegaron a Colombia con entusiasmo, tanto que se crearon posgrados y hasta pregrados en varias universidades y regiones del país, a fin de cualificar y profesionalizar dicha labor u oficio, de tal manera que impactara efectivamente las política públicas, el desarrollo y la economía del país.
Para mediados de la segunda década de este nuevo siglo, los esfuerzos regionales por poner en funcionamiento los tan anhelados clústeres culturales, no pasaron de ser experiencias aisladas, sin duda valiosas e interesantes, pero sin un mercado o ecosistema que las acogiera con la suficiente fuerza que requerían para ser sostenibles. Entonces, aprendimos con creces, que un plan de cultura, o que unos cuantos programas y proyectos exitosos no garantizaban la existencia de una industria, y mucho menos la de un sector, mercado o ecosistema cultural.
Los nuevos lineamientos en la dinámica cultural nacional, en realidad no respondieron a la altura de los retos que exigía esta apuesta leonina de la industrialización y mercantilización del arte y la cultura, puesto que suponía enfrentarse a un mercado global altamente competitivo, y para lo cual se requería no solo formación, sino también inversión, investigación, protección a la producción nacional, seguridad laboral, e incluso subsidios, créditos y beneficios especiales para los y las gestoras culturales.
De otro lado, la política de fomento con el pasar de los años se fue volviendo insuficiente, puesto que el aumento de gestores y gestoras, de organizaciones y proyectos no fue equivalente con el aumento de la base presupuestal de la cultura a través de las diversas convocatorias y concursos gubernamentales (Estímulos, Concertación, Fondo Emprender, FDC, etc.) Entonces esta hermosa labor que exige tanta vocación y entrega, “amor al arte”, paciencia y hasta formación académica y profesional, a causa de su insostenibilidad se fue convirtiendo en un trabajo precarizado que no goza de buena salud, semejante a la situación de médic_s y profesor_s ocasionales o de cátedra en las instituciones públicas y privadas del país.
Decir que la política es dinámica parece fácil, incluso si reducimos el asunto a que alguien pase de un partido a otro, pero en los hechos NO lo es, transformar una política, en este caso la cultural, requiere no solo de voluntad sino de conocimiento y de trabajo. Todo debe cambiar continuamente, eso lo sabemos en cualquiera de los campos que estemos, la educación, el patrimonio, la gestión cultural, las artes, la artesanía, el emprendimiento, y por su puesto en las instancias legislativas y ejecutivas también. El cambio no es solo uno de los eslóganes preferidos en la política electoral, es algo esencial, congénito, saludable.
A propósito de elecciones, de esta segunda vuelta en la que no va a haber debates, y que específicamente el de cultura no se ha dado profundamente en los medios de comunicación y menos en redes sociales, miremos:
La propuesta de Rodolfo inicia contando que la pandemia lesionó evidentemente la cultura, y pone el ejemplo de la taquilla en el cine, que luego no recoge ni desarrolla en las cinco propuestas que hace. Al final da una cifra descontextualizada según la cual la cultura en Colombia en 2021 “recibió 6,5 billones”, seguramente para justificar el ya viejo sofisma de que la cultura hace un gran aporte a la economía (incluso al PIB) del país y al desarrollo, mientras que en las regiones y territorios la mayoría de personas que nos dedicamos a la cultura nos toca hacer otras cosas para poder sobrevivir.
La propuesta de Petro muestra una visión más humanista con un enfoque de derechos que amplía en hora buena el concepto y el campo de acción de lo cultural, las seis propuestas en su programa de gobierno están pensadas de manera estratégica para que aporte a la educación y transforme la sociedad; adicionalmente reconoce la vulnerabilidad de quienes nos dedicamos empírica o profesionalmente a este trabajo, pues propone un estatuto laboral para el arte y la cultura, y potenciar la política de fomento más allá de los concursos y premios.
Por lo demás, Rodolfo ha propuesto recientemente dizque fusionar los ministerios de cultura y ambiente, lo cual es preocupante y hasta aberrante, puesto que lo que necesita la política cultural es que se amplíe y crezca, y no al revés, que comparta cartera con otro ministerio en donde, dicho sea de paso, abunda la burocracia y la corrupción en las corporaciones ambientales regionales o en la asignación de licencias ambientales.
En tanto, Petro, con su probada experiencia en Bogotá con la creación del Instituto Distrital de las Artes y el proyecto de Nueva Cinemateca, por solo nombrar dos casos exitosos que conozco, propone revitalizar los 46 centros históricos del país para gestionar con las mismas comunidades, y que beneficiaría al sector del Turismo, además de realizar un gran dialogo nacional para reformar el Ministerio de Cultura, a fin de garantizar mejores oportunidades para artistas y gestores, y más derechos y acceso a la ciudadanía en general.
Sin duda, la cultura colombiana necesita cambiar para poder transformarse y construir un futuro distinto, alejada del miedo y del odio, de la intolerancia y la ignorancia, y de la exclusión y la pobreza; y más bien, requiere acercarse a la paz, al amor y la esperanza de manera activa, crítica, libre y creativa, de tal manera que dinamice efectivamente no solo la cultura sino la sociedad colombiana entera.
