A partir de El olvido que seremos y No miren arriba (con spoilers por supuesto)
Recordé con la reciente película El olvido que seremos de Fernando Trueba, basada en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince, que ya conocía un poco a ese padre, personaje principal de dicha historia, pues un profesor, por allá en tiempos de mi pregrado, nos había puesto a leer su libro póstumo llamado Manual de tolerancia. En clase intentamos definir la tolerancia y el alcance que tendría, y concluimos después de no muchos rodeos, y de acuerdo con el sentido común y el carácter de Héctor Abad Gómez, que la tolerancia en ningún momento tendría que ser flexible con el delito o la injusticia social.
Yo tenía dos referencias acerca del cine de Trueba, a saber, Belle Époque, y Chico y Rita, ambas bellas historias de amor que suceden en los bordes de unos contextos más o menos conflictivos. Es que el amor, podríamos especular con este director, se suele sobreponer incluso a la pobreza y a la guerra. En el caso de la película colombiana que le encargaron sucede más o menos igual, vemos la historia de un hombre que ama a su familia y por sobre todas las cosas a su hijo (por ser el único entre varias hijas), y el hijo al padre (por ser el único padre); va sobre la intimidad privada de una familia cuyo héroe en el momento en el que se arroja definitivamente a lo social y a lo público, empieza a perder su vida.
En cierto momento el escritor le dice vanidoso a su padre y luego: “… desde que se murió Martha te preocupan más los problemas de los demás que los de tu propia familia”, cosa que a simple vista es por supuesto muy noble, pero que en Colombia adquiere otros matices, que van de lo absurdo a lo vanidoso. Es tan violenta la violencia colombiana que trastoca los valores humanos fundamentales, como aquellos de la solidaridad, la tolerancia, la libertad, etc. Salvo esa discusión, la relación entre padre e hijo siempre fue cordial y amorosa, máxime después del sacrificio prematuro del héroe en plena acción, pues pasa a ser expuesto y mitificado a fin de que su legado permanezca.
Pasamos entonces de un drama familiar a una tragedia nacional cuyo significante va a ser reducido al de víctima de la violencia (una violencia sin rostro y aparentemente irracional o aislada), y cuyo significado (o sea, la persona y la voz de aquel padre, médico, profesor, activista y líder social) de no ser por el coraje de su hijo escritor, no hubiera sido recordado. Quienes tampoco olvidaron la “obscena corrupción” y que las luchas sociales de individuos (anónimos o no) no deberían ser castigadas por las propias instituciones ni estigmatizadas, fueron el Estado colombiano con su fuerza y los medios de comunicación (privados y propagandísticos) con su frívola información, que volvieron a arremeter este año (2021) contra lideres sociales y manifestantes, con la pretensión de borrar la memoria de las víctimas y de sus victimarios.
En la película cerca al final podemos escuchar que “El batallón Bomboná está detrás de los atentados contra los estudiantes”, a lo cual no se le hace mucho énfasis, pero está ahí, y más tarde nuestro personaje dice que “…alguien les está señalando a los paramilitares sus objetivos”. Y esto es quizá lo más interesante de la película de Trueba, que se dio esa licencia sin mayores conflictos (morales o ideológicos), como sí seguramente lo hubiera tenido cualquier realizador/a colombiano/a, y a lo cual no hubiera cedido tan fácilmente Caracol Televisión.
Respecto a la cinematografía de esta película, es, como decirlo, convencionalmente bella; la actuación de Javier Cámara parece que se cae a ratos sobre todo por su acento, mientras que resalta la de Cecilia interpretada por Patricia Tamayo; por su lado, el guion está bien ajustado respecto a la colección de eventos de la vida de nuestro personaje, aunque da la sensación de que estuvo demasiado amañando a la novela en la cual se basó. Por otro lado, me parece que a la película le falta un poco más del contexto en el que se mueve su personaje principal, a pesar de que al final Héctor Abad Gómez le dice a una de sus hijas “Hay muchas personas que me quieren, son lugares por donde tú no te mueves, un día de estos te llevo para que conozcas”. Ese contraste quizá hubiera hecho de esta película un acontecimiento más interesante en la cinematografía colombiana, más acá del drama familiar que representó, y los premios y la taquilla que obtuvo.
El olvido que seremos si bien es un drama familiar con un alcance universal que muestra una relación más o menos arquetípica entre un padre y un hijo, también es una historia muy local que muestra una tragedia nacional que se repite y nos revictimiza, como si llegara justo para recordarnos que la impunidad permanece y el único futuro posible es el olvido. Es perversamente irónico que mientras en el cine veíamos una historia tan bella y triste (aunque con un trasfondo tan violento), en la televisión estuviéramos viendo cómo la policía seguía y encarcelaba a los supuestos vándalos de las marchas y a integrantes de la Primera Línea, recordándonos que somos los mismos de antes. Dicho de otra forma, mientras el cine develaba una trágica verdad de hace más de 30 años, los medios de comunicación estaban tapando esas renovadas tragedias con sus verdades, y montando junto al gobierno, el ejército y la policía, otra historia, la historia oficial vencedora sobre los mismos olvidados y olvidadizos.
De cualquier forma, los medios no se ocupan hoy de mostrar el desastre social y afectivo que nos rodea, sino de taparlo, y en cambio, mostrar a través de sus múltiples pantallas, el triunfo de las instituciones más o menos democráticas y de las corporaciones e individuos ultra-neoliberales. Nos quitaron la capacidad de ver lo evidente, lo que salta a la vista, e interpretarlo, puesto que lo Real solo se puede mostrar o decir a través de las representaciones y matrices de opinión que se posicionan en los medios de comunicación y que se vuelven tendencias (y tendenciosas) en las redes sociales. Mejor dicho, sí a estas alturas usted no se ha enterado que los medios de comunicación son máquinas de propaganda y las redes sociales máquinas de fakes, es un individuo enajenado y ficticio resultado de una campaña mediática contra lo evidente, y semejante a esa masa descreída o negacionista en la película No miren arriba.
En la mencionada película dirigida por Adam McKay, vemos a dos emocionales científicos, un nervioso Dr Randall Mindy interpretado por Leonardo Di Caprio, y una joven y temperamental doctoranda Kate Dibiasky interpretada por Jeniffer Lawrence, intentando inútilmente convencer a la presidente Janie Orlean interpretada por Meryl Streep, y a su insoportable hijo, y a la bella presentadora de un popular programa de televisión Brie Evantee interpretada por Kate Blanchett y su compañero de set Jack Bremmer interpretado por Tyler Perry, de que un cometa más grande que el que extinguió a los dinosaurios, se dirige a la tierra, y es necesario hacer algo para evitarlo.
Cuando la presidente por fin acepta salvar el planeta para sacar ventaja política en unas próximas elecciones, resulta que se echa para atrás justo cuando ya se había iniciado la operación, porque un desagradable magnate de la tecnología (una especie fastidiosa entre Steve Jobs y Elon Musk) tiene un mejor plan que consiste en explotar los ricos minerales de aquel cuerpo celeste para hacerse aún más rico y poderoso él y su país Estados Unidos. Al tiempo, los preocupados e impotentes científicos intentan llamar la atención en un programa televisivo en el que sus presentadores excesivamente simpáticos no hacen más que evadir la gravedad del asunto, semejante a la cantante pop que aconseja algo así como que siendo buena onda y positivo se podría superar el desastre.
Entonces, después de que el máximo poder representado en la presidente, el magnate y la presentadora de televisión “sacaran del mapa” a nuestros obstinados científicos, estos deciden no rendirse y hacer una campaña con el hashtag Miren arriba, mientras tanto su contraparte hace lo mismo con el hashtag No miren arriba. En medio de la exacerbada polarización aparece por allá de repente un artista que no toma partido, que no está ni a favor ni en contra de ninguna de las campañas, o sea, que no va para ninguna parte, está pasmado (alienado) La película como advertimos es una extraordinaria sátira en la que Adam McKay no deja títere con cabeza, incluyendo a sus espectadores, que por más que se identifiquen con el relato y con nuestros histéricos científicos, no pueden reconocer el desastre en su mundo real (fuera de las pantallas), puesto que este mundillo ha sido trastocado por un mundo hiperreal (o sea, más real que el real)
Podrá ser engañoso, y hasta cínico, el mundo retratado en No miren arriba, pero es el mundo en el que estamos, y al parecer, es preferible eso, que reconocer que sus políticos y sus capitalistas rampantes han coartado a la ciencia, y han hecho de este mundo un espectáculo banal y horrible cuyos espectadores han sido convertidos en la idiota mayoría. Y no basta con reírse de los otros, e incluso poder hacerlo de uno mismo, si al final el chiste no te logra afectar de tal manera que puedas ser otro, que puedas improvisar, y no seguir haciendo el mismo papel cliché que está en el libreto. Para eso es también el cine, para poder ser otro, para no olvidar, y soportar el desastre cuando salgamos del teatro o la burbuja en la que estamos.
Quizá a la película le faltó un poco de drama, el hecho de que sea una comedia o una sátira no le quita esa posibilidad de afectar a sus espectadores, y de paso, podría haber aprovechado mejor la actuación de ese reparto extraordinario que tiene. El movimiento agitado de la cámara junto al acelerado montaje, le quita el efecto dramático que requería afín de ir más allá del chiste. Como sea, hay muy buenas actuaciones, Cate Blanchett en ese papel de presentadora frívola y sexi, y el tipo que hace de magnate con esa arrogancia pueril y esa risita fastidiosa, me parecen notables.
¿Cómo es que esta película evidentemente satírica y caricaturesca logra representar tan bien la realidad que nos circunda, incluso mejor que películas realistas o thrillers? Por el género supongo, porque la comedia y el humor es irónicamente el género llamado a interpelar y burlarse de lo que las mayorías dan por sentado o por correcto. La comedia acepta de antemano que algo o alguien no está en su lugar, y que irreversiblemente está inclinado a equivocarse. Justamente de esa honestidad y esa austeridad (no he dejado de pensar en los personajes de Di Caprio y Lawrence) es de la que carece esta sobrada y disimulada cultura, a la que le sobra tanto poder y le estorba tanto espectáculo.
