El movimiento suspensivo del signo…

En la obra pictórica de Manuel Hernández

«Signo doble ser. Acrílico sobre tela.

Si algo me sorprendió hace ya casi diez años que vi por primera vez la pintura de Manuel Hernández fue esa persistencia lenta de un signo que fue variando y develándose alrededor de al menos treinta años. Constaté en esas pinturas las huellas de un trabajo abnegado, con ese material tan sutil y exigente que es la pintura, y que funciona como un medio a través del cual el pintor va a ir descubriendo una forma. La forma se va a ir conformando a través del tiempo, y aunque parezca la variación de un mismo motivo, en realidad es la apertura de un universo, cuyos cuerpos se van a ir acercando y alejando, en un movimiento lento e irreversible, que al tiempo que atrae nuestra visión, nos hace contener la respiración. Y digo universo porque cada signo alrededor de esos treinta años se mueve más o menos en una misma atmósfera; unas veces más contenido, otras más intenso, pero pareciera que todos esos signos pertenecieran a un mismo sistema. No es pues la homogeneidad de la obra de Manuel Hernández lo que asombra tan profundamente, sino la diferencia que subyace allí en esos cuerpos, no obtante tan semejantes y cercanos.    

Entonces advertimos que sólo en esa tensión en la que permanecen los signos entre ellos, y su ubicación en el espacio delimitado por el cuadro (su formato o su estructura), es apenas un paso para acercarnos a ese universo que nos descubre Hernández, pero un paso al fin y al cabo definitivo, un extrañamiento y un arrojo. Los límites de ese cuadro no son precisamente restrictivos en esta obra, pues las formas parecieran que van entrando en él, o van saliendo, y entonces la composición no se daría gracias a esa fuerza extrínseca (del creador- autor) que pone orden en un espacio delimitado, sino una fuerza centrífuga que libera la forma. Por eso cada forma deviene diferente (aunque semejante) en cada cuadro. Y aunque el espacio sea evidentemente bidimensional, y las formas no sean precisamente volúmenes, y no haya la pretensión de simular la profundidad, la superficie en la que se mueven esos cuerpos es real. Es una superficie de contacto. La podemos ver, e incluso tocar; advertimos ahí unas figuras, unos colores, unos movimientos.   

Si bien la pintura de Manuel Hernández la podemos ubicar dentro del abstraccionismo, lo cual constituye un caso un tanto inédito y paradigmático en nuestro país, el largo proceso y el arduo trabajo de articular y/o encontrar una manera tan propia y tan singular de pintar, trasciende esas manías historiográficas y taras del lenguaje que pretenden definirlo todo. Por cierto, no hay nada definido ni definitivo en la creación artística, y mucho menos esta pintura que no se las ve con el mundo objetivo o con el problema de la representación. Tampoco con una idea. No es por una idea más o menos trascendental que Manuel Hernández llega a ese estilo, por llamarlo de alguna manera, que lo caracteriza, sino por una fuerza volitiva que le ha dado la resistencia para esperar que ese mundo se mueva y se revele. Y es justamente por esa experiencia dramática con la pintura, con la forma y el espacio, que emerge un pensamiento. No es pues, a través de tal o cual concepto, por ejemplo, silencio, tensión, equilibrio, etc., que podemos adentrarnos en la obra de Manuel Hernández, sino por la manera como nos afecta, por la manera como vivimos y sentimos esos signos. 

Lo enigmático de esos signos animados en la pintura de Hernández, es que no están totalmente definidos. Por un lado, aunque las formas las podemos asemejar a alguna conocida, por ejemplo, un rectángulo, un ovalo, un arco, un cuadrado, etc., cada una de ellas ha sido revitalizada, por una gruesa línea o por una grieta, de tal suerte que si la consideramos dentro del abstraccionismo, no es precisamente uno racional o regular, sino uno más emotivo e irregular. De otro lado, la manera como trata los bordes de esas formas, es quizá uno de los grandes hallazgos de la investigación que realiza Manuel Hernández, pues al difuminarlos, les quita un poco la espesura que tienen, y les impregna cierto halo que los envuelve, trayéndolos unas veces al frente y los suspende, y otras parece que emergieran del mismo espacio. 

Y si aquellos signos nos remiten a la memoria, es justamente porque están cargados de tiempo, porque podemos sentir ese movimiento suspensivo del signo que emerge o aparece en cada cuadro, y nos da la sensación que vienen de un pasado remoto o van hacia un futuro incierto. Con todo, así como nuestra memoria no es un telón de fondo de nuestra conciencia, del mismo modo el espacio en estos cuadros, también él hace parte de la coreografía. Dicha tensión que conceptualmente la podríamos enunciar como una contradicción, es en realidad una retroalimentación entre la forma y el espacio; cada cual es una superficie de contacto en el que los cuepos se atraen o se repelen. El color es fundamental acá porque es el que marca esa unión o esa separación, no sólo le da consistencia al cuerpo sino esa suerte de ingravidez que se advierte en el espacio de sus cuadros. Por lo demás, sus cuadros en blanco y negro nos dan la sensación de que aquello que pasa en el cuadro, es antiguo y fundamental.      

La difícil labor de Hernández es doble, por un lado su obra es la expresión de una profunda reflexión acerca del espacio, que para éste permanece abierto y en movimiento, cada dirección de sus signos es una decisión dramática, por eso en varias de sus obras ocupan casi todo el espacio del cuadro o en otras encierra el signo en un recuadro. Hay una inquietud ahí de pensamiento, que se debate entre lo abierto y lo cerrado, entre lo material y lo inmaterial. Por otro lado, las líneas diagonales, las grietas, los agujeros, y las rupturas que vemos en sus signos, son justamente la expresión de una pintura que se dirige a la percepción y a la emoción. Esa sutura mística que logra Manuel Hernández entre esos dos mundo separados del pensamiento y la sensación, es otro de sus aciertos, puesto que nos invita a ver sus signos, ya no como un mero continente o contenedor, sino como un acontecer. Ese movimiento suspensivo en los signos de Hernández, son en realidad una coreografía intensa que recrea en cada cuadro un mundo diferente, y se resiste potentemente, a dejarse arrastrar por la corriente de banalidad, de esta sobreabundancia de signos sin pensamiento que agita y agota nuestra vida en la actualidad. 

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s