ATAJOS DEL PENSAMIENTO AMBIENTAL + DOS BOTONES: CHIRIBIQUETE Y LA ETNO-ORNITOLOGÍA

Cuando Husserl anunció La crisis de las ciencias europeas en 1935 probablemente estaba diciendo sin más, algo que saltaba a la vista, que estaba en boga en ese momento, y que de cierta forma se sentía en el ambiente. La crisis de sentido en la que habría entrado la ciencia y la cultura Occidental en la aterradora y vergonzosa primera mitad del siglo XX con sus dos guerras mundiales, era el justo correlato de una crisis del sentir en el animal humano, una atrofia en sus sentidos, venida de muchas partes, las máquinas, el arte de vanguardia, el nacimiento de los mass media, los bienes de cultura masivos, las bombas, etc.  

No era, pues, ni inaudita ni imperceptible la crisis, puesto que desde finales del siglo XIX la filosofía se le ocurrió (muy oportunamente, aunque un poco tarde) ocuparse de la vida, hasta consolidar toda una tendencia que se llamó Lebensphilosophie, y luego desde principios del XX con los movimientos de vanguardia, los cuales procuraron insertar el arte en la vida cotidiana y al mismo tiempo la vida en el arte. Semejante sed de vida no fue sino, y, a fin de cuentas, la constatación de que era ella, la vida, precisamente la que estaba siendo amenazada. 

La crisis de sentido en la ciencia que precedió a la crisis del sentir no dejó de ser, de lejos, una lucha por el sentido, no sólo por tener la Razón (así con mayúscula) o el significado revelado (de la Historia, del Hombre, de la Ciencia, etc.), sino por señalar la dirección y la meta que debía seguir de ahí para adelante la cultura, mejor dicho, borrón y cuenta nueva, aquí no ha pasado nada. Ahora bien, ¿desde qué lugar se debía refundar una nueva cultura? Pues desde otra parte, otra geografía, o sino desde cero. Pero no, en la práctica se siguió haciendo desde la técnica y desde lo humano (un humano occidental demasiado humano y antropocéntrico), nunca desde la propia naturaleza. 

A propósito de Naturaleza, Husserl tiene un concepto interesante, esto es, la actitud natural, que consistía en volver a las cosas mismas, para desconectarlas, o ponerlas en suspensión, entre paréntesis. Ningún tema, motivo o nombre debería salir a nuestro encuentro en la percepción de un árbol, del vuelo de un ave, lo que implicaba, en consecuencia, disponer nuestra percepción de otra manera, y entonces refundar nuestro pensamiento. “Si así lo hago, como soy plenamente libre de hacerlo no por ello niego ‘este mundo’, como si yo fuera un sofista, ni dudo de su existencia como si fuera un escéptico, sino que práctico la epojé ‘fenomenológica’ que me cierra completamente todo juicio sobre existencias en el espacio y en el tiempo. (Husserl. 1995: 73). 

Es sabido que Husserl es quizá el que mejor parado salió después de haber criticado y desconectado (por decirlo de alguna forma) a Descartes y a Kant, en tanto que probó no sólo que sus planteamientos no eran universales y/o definitivos, sino que la razón debía de bajarse de la nube de la metafísica en la que había permanecido, y por fin, dejar que los sentidos y/o la experiencia estética participaran de nuevo y sin prejuicios del encuentro con el mundo de la vida. Quizá resonaba en este Husser anterior a la fenomenología trascendental la famosa frase Nietzsche: “La vida sólo se justifica como experiencia estética”. Había que librarse pues del psicologismo y el positivismo para salir al encuentro de la vida y del mundo real, lo que provocó justamente la caída, el descalabro de la razón, al reconocer que tenía un cuerpo, y que pertenecía a la tierra, no al cielo en el que antaño estaban los dioses.   

El paso del idealismo y el psicologismo más o menos empírico,  al existencialismo, en la historia de la filosofía y la cultura Occidental, es un paso al vacío, una caída, y como acontecimiento, doblemente catastrófico, porque no sólo se dio en la esfera de lo simbólico sino en el terreno de la vida práctica. Mientras una parte de la razón se arrastraba entre trinchera y trinchera, otra parte, lanzaba bombas desde unas aves mecánicas que surcaban los cielos. Ícaro cae y muere, pero otro Ícaro sigue surcando los cielos impertinentemente. ¿Acaso la guerra no es la manifestación de la irracionalidad y la barbarie? Por supuesto, pero, además, y paradójicamente, también es la manifestación de un exceso de racionalidad, de una cultura calculadora. 

A propósito del Mito de Ícaro, echémosle una mirada. Dédalo el padre de Ícaro, como se sabe era un gran constructor y arquitecto ateniense, que le tocó escapar a Creta, por haber intentado asesinar a su sobrino Talos, quien habría inventado la sierra, el compás y la rueda de alfarero. Luego Dédalo sirve al Rey Minos de Creta, pero ocultamente construye a Pasifae la esposa del rey, la vaca artificialis, en la que se ocultaba la mujer para saciar su deseo con el Toro Blanco que había enviado Poseidón como muestra de su favor al Rey Minos. Este al ver la belleza del animal, desobedece al dios, y lo deja en sus campos, razón por la cual Poseidón hace que la mujer se enamore del Toro. 

Más tarde el mismo Minos encargó a Dédalo la construcción del famoso laberinto de Creta para encerrar al Minotauro, hijo de su Esposa y el Toro para evitar la vergüenza. Finalmente, cuando Teseo mata al Minotauro, Minos encerró a Dédalo con su Hijo Ícaro en el Laberinto, y entonces sucede que, como nos lo cuenta Augusto Ángel Maya, “Para escapar al laberinto que él mismo había construido, Dédalo, el hábil ingeniero cretense, tuvo la peligrosa ocurrencia de construir un par de alas para él y otro para su hijo Ícaro (…)”. 

Ya sabemos el desenlace de este mito, lo que creo que no sabemos del todo o al menos que no cuestionamos, es el carácter de Dédalo, que en principio intentó asesinar a su sobrino por envidia, y luego construyó la vaca artificialis a la esposa de su propio jefe; es decir, Dédalo no es precisamente un hombre ejemplar, es sin duda un hombre diligente e ingenioso, pero también, alguien que hace cualquier cosa que le pidan, porque ese es su trabajo o porque debe salvarse a sí mismo. Más acá del correlato moral que se puede deducir de este mito, lo que me parece más interesante es la primera frase que usa Augusto Ángel para describirlo: “Para escapar al laberinto que él mismo había construido…” ¿No es acaso esto, mucho antes de la caída de Ícaro por su impertinencia, lo que retrata de mejor manera la ciencia y la cultura Occidental, que termina siendo, como se dice en el argot popular, víctima de su propio invento? 

Simultáneamente a la consolidación de la filosofía fenomenológica, había otra corriente muy importante que debemos mencionar, a fin de identificar los rasgos característicos y/o la singularidad de lo que llamamos Pensamiento Ambiental, esto es, la Escuela de Frankfurt. Dicha escuela se ocupará ya no de una crítica de la razón sino de una crítica a la producción elitista de la cultura, y los problemas que suponía el que ésta se insertase en las dinámicas masivas de producción y consumo capitalista. Así las cosas, nos encontramos en dos escenarios, por un lado, la fenomenología nos invitada a volver sobre las cosas mismas, sobre el enigma que encarnan, y de paso la posibilidad de reencantar la naturaleza que había sido reducida a un mero objeto; por otro lado, la Teoría Crítica nos interpelaba justamente, si esa naturaleza era un mero recurso o una mercancía, y a qué nos referimos cuando hablamos de progreso, lo que en nuestro tiempo llamamos desarrollo o sostenibilidad. 

***

Ahora bien, no es que el Pensamiento Ambiental sea heredero de esta o aquella escuela de pensamiento. No sigue con rigor una tradición determinada, un programa o un sistema, salvo esta corriente que nos une como sobrevivientes de la barbarie, y cohabitantes de una crisis ambiental planetaria. Ese es su grado cero. Y luego, su punto de fuga es el Sur Global, toda una geopoética que se está descubriendo, y eso quiere decir, que es un pensamiento que está abierto. Volveré sobre esto más tarde, porque antes, vale la pena repasar algunas cuestiones o ideas con las que podríamos hacernos una imagen de este Pensamiento.     

Para Augusto Ángel Maya existe la cultura desde el momento que usamos una herramienta para transformar el medio, mejor dicho, para adaptarnos. Si bien esa idea ha sido desarrollada por la antropología, sí nos ha llamado la atención acerca de los impactos de dicha adaptación, por ejemplo, en el caso de las civilizaciones antiguas, las cuales habrían entrado en decadencia, justamente por la presión que ejerció un medio empobrecido sobre las poblaciones y los imperios. Eso nos ha hecho pensar que existen grados de adaptación al medio, y que, dependiendo del objeto o la máquina, generan o no desequilibrio en el ambiente. Piénsese en un molino de viento, o en una plataforma de extracción petrolera.    

El otro aspecto relevante y tal vez más conocido de Augusto es su modelo ecosistema-cultura, en el que el sistema cultural depende absolutamente de los ecosistemas, y cuyo paradigma y desarrollo tecnológico ha producido los impactos negativos sobre el ambiente, y a su vez, de este sobre los hábitats humanos. Dicho impacto es el que presiona al sistema cultural a que cambie sus maneras de adaptarse o relacionarse con ella, sus hábitos, sus formas de pensar e incluso sus símbolos, a fin de que, parafraseando a Augusto, “la naturaleza no sepulte al sistema cultural en el cementerio de la historia”    

Finalmente, y quizá uno de los aspectos más originales del pensamiento de Augusto Ángel Maya, es el que se refiere a lo simbólico, puesto que es justamente en ese contexto que se debe transformar la relación que hemos tenido con la naturaleza, por la simple razón que no se pueden cambiar las normas y los hábitos sino se cambian las formas de pensar, los signos y códigos con los que hemos definido y dominado la naturaleza. Lo interesante de revisar lo simbólico es que nos permite detenernos en acontecimientos harto conocidos a fin de derivar de allí nuevos sentidos y nuevas significaciones que permitan esa doble condición o función de lo simbólico, la de juntar o suturar las escisiones existentes de este mundo dividido del pensamiento (entre naturaleza y cultura, ciencias físicas y ciencias humanas, etc.), y al mismo tiempo detonar y amplificar los significados y los significantes. 

Uno de los casos paradigmáticos de esa manera de pensar la podremos encontrar en la interpretación del mito de la Caída de Ícaro, del cual nos ocupamos más arriba, es el de la Profesora Patricia Noguera de Echeverri, que ha influenciado a toda una generación de pensadores ambientales en Colombia y Latinoamérica, y de la cual comentaré algunas de sus ideas fundamentales. La primera sería la de la escisión original que habría empezado con el pensamiento platónico, y que se ilustró concluyentemente a través del mito de la caverna. La situación del cuerpo de los esclavos en la caverna representa la imposibilidad de los sentidos de experimentar lo real, situación que sería marcada, luego por Descartes a través de la famosa fórmula “Pienso, luego existo”, y más tarde por Kant, al reducir lo bello natural o la belleza, a un mero placer, sin concepto, es decir, a un mero juicio de gusto, y no de conocimiento. 

¿Cuál sería entonces la manera de suturar y salvar esas escisiones? Esta es la segunda cosa: pues insistir en la disolución de ese modelo secular sujeto-objeto, que no hace otra cosa sino reproducir a ultranza el lugar dominante de la cultura en detrimento de la naturaleza, y que no le gusta ni a la filosofía ni a la ciencia, puesto que desestabiliza ese lugar más o menos estable desde el que operan. Finalmente, y esta es la tercera cosa, a falta de un lugar de encuentro entre la cultura y la naturaleza, entre ciencias humanas y ciencias naturales, y la imposibilidad de configurar una trama conjunta, es que el Pensamiento Ambiental ha decidido pensar lo simbólico desde la estética y la ética, desde la experiencia sensible de la naturaleza, y la valoración del arte y la poesía, como una estrategia metodológica, pedagógica, e incluso investigativa para pensar las crisis y al mismo tiempo la potencias de la naturaleza. 

Finalmente, comentaré tres ideas un tanto intuitivas por no decir excéntricas que me han seguido por este camino del pensamiento en general, y el ambiental en particular. La primera, es la referida a la pretensión del conocimiento de explicarlo todo a través de categorías o datos bien definidos, para lo cual pienso, debería recoger sus pasos y volver sobre lo simple, lo patente, en vez de hacerse más especializado. Crear conceptos, categorías, teorías, etc, por supuesto, pero efímeras, peregrinas, ligeras. La segunda es la referida al lugar que ha ocupado la naturaleza en cada periodo de la historia, cuyo significado se puede develar en la manera que cada cultura representa el espacio en sus expresiones plásticas y arquitectónicas. (Ejemplo, Edad Media, Renacimiento, Impresionismo, Expresionismo) Y finalmente la del olvido, un desarraigo intencional y gradual de la toda esa cultura que nos sobra, y que NO nos hace falta para fundar nuevos lugares de enunciación, otras formas de relacionarnos y de nombrar al mundo. 

***

Quisiera ilustrar lo anterior con un ejemplo concreto. Hace un par de meses un amigo antropólogo publicó en Facebook una información que fue compartida por el Instituto Humboldt, noticia que reportaba RCN Radio: Unesco estudia incluir a Chiribiquete como Patrimonio de la Humanidad. Días antes había visto una noticia en la que anunciaban que se daba por iniciada la Expedición Bio Apaporis 2018, y luego un artículo de junio de 2011 de Alfredo Molano que El Espectador recuperó a propósito de la noticia comentaba antes.      

El Apaporis es un río caprichoso. No corre como el Magdalena o el Cauca, hacia el norte; ni como el Patía o el San Juan, hacia el sur; ni como el Guaviare o el Meta, hacia el este. Él va hacia el suroriente. Sesgado. Nace en cercanías de San Vicente del Caguán, atraviesa el Chiribiquete y bota sus aguas al Caquetá, en el límite con Brasil. Caprichoso y además indómito: tiene numerosas cachiveras o cataratas —una enorme, sonora y admirable, el Jirijirimo—, que lo han mantenido a salvo de misioneros, caucheros, comerciantes y expedicionarios, razón por la cual sus selvas se conservan casi intactas, y su gente —tanimucas, macunas, yaunas, letuamas— también. La región es un gran puente entre las selvas del río Caquetá y las del Rionegro, de ahí su importancia ambiental y cultural. Quizá no haya en el país comunidades indígenas menos contaminadas y envenenadas por la civilización occidental.

Entre otras cosas Molano comenta que, con plata y manía antropológica, Cosigo, la empresa canadiense que está detrás del oro en este territorio habría creado La Asociación de Capitanes del Vaupés, y en parte de pago, llevó a niños y viejos indígenas a conocer la civilización: parques de diversiones, centros comerciales, etc. Con semejante antecedente, y volviendo a la publicación de mi amigo antropólogo, le contesté con cierta ligereza, pero consciente que iba a provocar una reacción contundente e iniciar una larga discusión: ¿De cuál humanidad hombre?, ni siquiera debería ser de los colombianos. Mejor dicho, lo mejor que podría pasar es dejar ese lugar quieto, incluso olvidarlo. 

Mi amigo, como suponía, estaba totalmente en desacuerdo conmigo, porque todo el mundo por supuesto debería proteger la Orinoquía y la Amazonía, además que sería una forma de proteger estos territorios de la minería, la ganadería extensiva, etc. Adicionalmente, la expedición nos podría hablar de nuestros orígenes en las pinturas rupestres de hace unos 20 mil años, y con unas de las rocas más antiguas de la superficie terrestre. Yo le conté que había estado en una clase con un antropólogo que conocía muy bien ese tema, y que llegó a recomendar que cuando se encontraban petroglifos o arte rupestre en alguna finca, en muchas ocasiones lo mejor habría sido dejar esas rocas quietas, porque el mero hecho de resguardarlas solía convertirlas en un problema mayor porque despertaba el interés por parte de la gente que terminaba por deteriorarlas, mucho más que el sol o el agua. Entonces, recalqué diciendo que cuánto más podría pasar con Chiribiquete.       

Otro de los argumentos que di es que la declaratoria se solicitaba de cierta forma porque precisamente dicho territorio o actividad estaba en peligro, y el ejemplo que usé fue el Paisaje Cultural Cafetero, y por otro lado, los procesos de aculturación que generalmente terminan por convertirse en un fenómeno que llaman de gentrificación (ejemplo Salento en el Quindío o Getsemaní en Cartagena), es decir, la sustitución de la comunidad nativa, por foráneos. Finalmente le decía:   

Me seduce más la idea de no saber a ciencia cierta que hay allá, que permanezca así en el misterio, en lo ignoto. Pero no, esta incultura más o menos occidental no es capaz de eso, Quiere saberlo todo, y pretende  explicar y explicitar todo, colonizarlo todo. Excúseme que haya sido tan intempestivo, pero sigo pensando, que lo mejor es que no vaya ninguna expedición allá, ese territorio no es sino de las comunidades desconocidas que habitan allí, no es de todos los colombianos, ni de los científicos que representan a una humanidad bien definida y más o menos homogénea. ¡Salud y abrazo!

La conversación no es una mera banalidad, puesto que pone en escena dos concepciones diferentes de la naturaleza y de la cultura. Mi amigo, como científico social que es, piensa que la investigación allá es lo mejor, pues como antropólogo cree en la humanidad, y como científico, cree directa o indirectamente en los fines del conocimiento científico. Yo creo que es una reducción de la naturaleza a un mero objeto de estudio, o de placer (en el caso del turismo), si es que no pasa a ser eventualmente un recurso. Por cierto, a propósito de “recurso”, igual que la materia prima, o el capital, el conocimiento también tiene sus límites, hay cosas que no podemos o no queremos conocer. Hay lagunas en el pensamiento, y nieblas espesas, y aves que no retornan. Con razón Nietzsche escribió: “Hay muchas cosas que no quiero saber. La sabiduría marca límites hasta al conocimiento”

***

Finalmente, antes de interesarme en la etno-ornitología, debo decir, que mi interés nació hace años cuando conocí el libro de Gaston Bachelard El aire y los sueños, y confieso que en ese entonces no comprendía del todo hacia donde iba su investigación, sólo sabía que a partir de la imagen literaria y/o poética hablaba de alguno de los cuatro elementos de la naturaleza. En El agua y los sueños comprendí que las imaginaciones de poetas no eran únicamente signos o símbolos independientes de la esos elementos de la naturaleza, en este caso el agua, sino que esas imágenes que veíamos en los poemas tenían una relación directa con un sustrato material, y se manifestaba en la psique humana como una cualidad o un valor. Piénsese en una tormenta, un agua dulce. 

En el caso del aire no se refería a una imaginación material sino a una imaginación dinámica, a un movimiento continuo que supera a la sustancia. En la psique humana o en sus sueños se manifestaría al menos de tres formas, sobre el plano horizontal: planear remite a tal o cual sentimiento de libertad o de huida; volar hacia arriba: remite a cierta voluntad ascensional; mientras que, hacia abajo, cierto decaimiento. “Entre todas las metáforas, las de altura, de elevación, de profundidad, de rebajamiento, de caída, son metáforas axiomáticas por excelencia” (Bachelard, 22)   

La ambición de la humanidad por conquistar el aire como sabemos no es un asunto meramente psicológico, sino que se puede constatar en los diversos objetos o máquinas que ha inventado para poder deslizarse con la fuerza del viento o surcar las alturas, ejemplo, la vela (que por cierto la habría inventado nuestro ya célebre Dédalo) y la cometa. Acaso Hermes, el de los pies ligeros, que es el mensajero de los dioses, no sea sino, la personificación o ilustración del poder y la libertad del pensamiento en el ser humano. Pero, por otro lado, la imposibilidad de que el cuerpo humano pueda levantar vuelo puede interpretarse como una frustración legendaria que sólo sería aliviada parcialmente con la invención del aeroplano. Míticamente, como ser caído, la pobre alma humana pegada a un cuerpo y a la tierra añora el cielo del que fue expulsada, y por eso envidia a las aves, sueña con las aves, e imita a las aves. 

El albatros
Charles Baudelaire
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío surcando los amargos abismos.


Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas,
Estos reyes celestes, torpes y avergonzados,
Dejan penosamente arrastrando las alas,
Sus grandes alas blancas semejantes a remos.


Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil!
Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa,
¡Aquél, mima cojeando al planeador inválido!


El Poeta es igual a este señor del nublo,
Que habita la tormenta y ríe del ballestero.
Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío,
Sus alas de gigante le impiden caminar.

Voluntaria o involuntariamente el animal humano, sea poeta o no, ha querido parecerse a esta o aquella ave, sobre todo si es un ave de alto vuelo, migratoria o rapaz, etc. El caso del águila o del cóndor es paradigmático, en tanto que tienen una visión privilegiada, y mucho más desarrollada que la visión humana, cuyo aparato sensoriomotor está configurado para recorrer la tierra, aunque su disposición psicológica quiera mirarla desde arriba, desde un plano, como un metafísico. Existen en la percepción del mundo circundante dos formas de experimentar el espacio, una estática, que se realiza más o menos alejado de la tierra, y la otra dinámica, que consiste en recorrer el espacio. La primera la ha llamado André Leroi-Gourhan espacio irradiante, y la segunda, espacio itinerante. “Una de las vías libera la imagen del mundo sobre un itinerario, la otra integra la imagen de dos superficies opuestas, la del cielo y la de la tierra que se encuentran en el horizonte” (Gourhan: 315).    

Contrario a lo que piensa Bachelard acerca de la imaginación dinámica que está como los pájaros en su propio elemento, planea y juega con el viento, en el mundo real del animal humano, y de acuerdo con lo propuesto por Leroi-Gourhan, semejante disposición es estática, puesto que no se da sobre un recorrido. En este sentido, existirían dos disposiciones psicológicas e incluso volitivas en torno al aire, es dinámica cuando imaginamos y cuando recorremos un lugar, y estática cuando razonamos y cuando miramos desde arriba las cosas, como en el panóptico. Por todo lo anterior, es que, como humanos, sentimos nostalgia por esa región liviana que es el aire, y por eso es que soñamos y nos imaginamos volando, nos encantan las aves, y quisiéramos conocerlas, no ya para descubrir que son singulares, sino que se parecen en tal o cual aspecto a nosotros. Porque “el hombre es la medida de todas las cosas” supuestamente y porque es un microcosmos. Al respecto podría decir tentativamente que el animal humano quisiera ser ave, o al menos, tener comportamientos de ave, mientras que el ave, obviamente, no quisiera ser humano, aunque muchos científicos tengan tales prejuicios.       

Recientemente vi una entrevista en la que creo se pone en evidencia lo que estoy tratando aquí, que fue realizada por Ima Sanchís para el diario La Vanguardia a una gran Ornitóloga llamada Jennifer Ackerman, divulgadora científica y articulista para el New York Time, publicada el 20 de enero de 2017 con el siguiente encabezado: “Los pájaros recuerdan, piensan, sienten, hacen regalos y aman”. Transcribo una parte de la entrevista.

¿Los pájaros piensan?
Sí, lo hacen para resolver los nuevos problemas que se les plantea y para inventar nuevas soluciones a viejos problemas, y son muy buenos en eso.

Entonces, ¿son inteligentes?
Hace unos diez años empezaron a aparecer estudios sobre la corneja de Nueva Caledonia que afirmaban que era capaz de construir herramientas moldeando ramas. 

Hay pájaros que resuelven rompecabezas.
Sí, muchas aves hacen matemáticas básicas y resuelven rompecabezas clásicos a la velocidad de un niño de cinco años.

¿Cómo lo saben?

El loro Álex fue entrenado para responder verbalmente a problemas matemáticos, otras aves lo hacen con fichas. Incluso a las palomas se las entrena para hacer discriminaciones visuales y pueden distinguir un Picasso de un Miró.

Debo confesar que hasta aquí llegué con esta entrevista, a pesar de que me gusta el tema. ¿Puede un ave distinguir un Picasso de un Miró? Entonces reaccioné un tanto visceralmente con la pregunta: ¿qué le importa a las aves la historia del arte? Si distingue una de otra no es porque una sea más cubista y la otra más abstracta, sino porque una es azul mientras la otra amarilla, por ejemplo, porque una se parece a un arbusto mientras la otra una flor. Creo que el ejemplo de la señora Ackerman no es simplemente una ligereza, o una demostración de que conoce o le gusta el arte, sino un despropósito del dominio del empirismo en la ciencia. Ahora resulta que son las aves las que se parecen a nosotros, que pueden recordar, calcular, etc., como si toda la naturaleza funcionara de acuerdo con los mismos códigos culturales en los que está inserto el animal humano. Es como si quisiéramos humanizar el comportamiento de las aves, mirando más arriba de lo que ellas pueden hacerlo, en vez de liberar el pensamiento de esa jaula de lo conocido e intentar imaginar ese mundo diferente de las aves.  

La imagen de un pájaro que se libera es tan antigua como sobrecogedora, justamente porque su elemento es el aire, y su cualidad es ser libre, por eso un pájaro en una jaula, al contrario, nos produce un profundo dolor, no sólo por el pájaro sino por la persona que lo cuida y lo acompaña en su cautiverio. Sea en este caso extremo, o sea en tal o cual ecosistema el mundo pajaril y el mundo del animal humano están relacionados, aunque a veces no nos cercioramos de la presencia del otro. Por todo ello es tan atractiva la etno-ornitología, por ejemplo, las onomatopeyas y toponimias presentes en la forma como nombramos o llamamos a las aves, pero, además, el conocimiento asociado al comportamiento de tal o cual especie, y su influencia sobre la vida cotidiana de las personas. “El lenguaje y el conocimiento tradicional ecológico albergado por las diversas culturas están embebidos en las tramas de diversidad biológica” (Rozzi, et al. 2003). 

Para terminar, diré que la etno-ornitología es un potente lugar de encuentro interdisciplinar entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, y entre comunidades e investigadores, pajareros, artistas y poetas, a través de la cual podemos inaugurar nuevos sentidos, nuevas poéticas y relatos que nos permitan reencantar nuestro mundo, y cohabitar la naturaleza de manera más amable y afectuosa. 

¿Qué es el que parece Colibrí?
La mazorca de la planta parece el colibrí
y por algo él hace nido en ella.
La palmita parece pico de colibrí
y el coquito de esa palma termina en punta 
Y parece pico de colibrí (Román 2011)*

*  Isaías Román: Hijo mayor del Abuelo Oscar Román y de la Abuela Alicia Sánchez  -residentes en la localidad de Araracuara, Amazonas, Colombia-. De idioma Uitoto –Nipode y Minica, es Gente de Mafafa Roja –Enókaiyini. Actualmente radicado en la ciudad de Bogotá, se desempeña como profesor de ética y filosofía indigena en el Colegio Leonardo da Vinci. En Sensibilidad intercultural. Codificaciones y decodificaciones. Mario Armando Valencia. Prefacio Andrés Corredor. 2013. Sentipensar Editores. Popayán-Colombia. 

 See Hummingbirds Fly, Shake, Drink in Amazing Slow Motion  National Geographic

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