ROMPAN ALGO

Una historia sobre los estertores del rock

A propósito de la serie documental “Rompan todo: la ‘historia’ del rock en América Latina” disponible en Netflix desde finales del 2020, y que ha generado algunas polémicas respecto a sus pretensiones, comentaré dos o tres cosas: 

Lo primero es que la serie es sin duda bienvenida, como producto audiovisual es atractivo, en tanto que usa variado e inédito material de archivo y articula bien las entrevistas, por bandas, países, temas, conflictos, etc. En ella podemos ver y escuchar gran parte de las figuras más representativas y visibles del Rock en Latinoamérica, en las que hablan no solo de rock sino de la situación política de sus países de origen. No es una historia completa por supuesto, aunque el subtítulo de la serie así lo pretenda, sino más bien marginal, respecto a esas historias con H mayúscula del Rock, de la Literatura Universal, de la Filosofía o del Arte (que de todas formas nos colonizó y sedujo indefectiblemente) Por cierto, ¿se acuerdan que Oscar Wilde escribió que la moda era un regreso a su pasado?, pues así fue la historia del arte en el siglo XX, y en lo que va del XXI, mejor dicho, un pastiche, y la historia del rock no ha sido ajena a esa propensión. 

Es interesante ver como en el trascurso de esta historia parece como si algunos iconos “universales” de esa cultura masiva del rock se repitieran más o menos: Elvis, The Beatles, Bob Dylan, Led Zeppelin, David Bowie, Robert Smith, etcétera; eso al menos en los años setenta y gran parte de los ochenta, porque en los noventa vimos bandas como Maldita Vecindad, Café Tacvba, Aterciopelados, Los Fabulosos Cadillacs, logrando hacer una especie de sincretismo entre el rock y ritmos tradicionales de sus respectivas culturas. La marca “Rock en tu idioma” se convirtió en una exitosa fórmula promovida por el productor Gustavo Santaolalla (entre otros supongo), con gran éxito en los 90s y (probablemente) parte del 2000. Irónicamente fue con ese slogan (“Rock en tu idioma” convertido en “se habla español”) que Juanes logró proyectarse fuera de Colombia y globalizarse gracias a un ritmo popular colombiano como la carrilera.

Por otro lado, la imagen de Shakira al principio de su carrera fue asociada (y acaso diseñada) con Alanis Morrisette, luego fue absorbida por el mainstream de la industria musical y el estilo de las estrellas porristas del pop gringas. Este caso no parece casual, seguramente ese mainstream se dio cuenta que el rock ya no era tan rentable como antes, y entonces Shakira en vez de ser una rockstar (como cuando cantó con Steven Tyler) se convirtió en una popstar con movimientos de cadera al ritmo de cumbia o música árabe. Para entonces en la escena rockera comercial ya se evidenciaba cierta crisis, el suicidio de Kurt Cobain (entre otros, como los vocalistas de Blind Melon y Alice in Chains) evidenciaron esos estertores.

Por su lado, el heavy metal y el hard rock estaban en decadencia, y hoy no pasan de ser más que añoradas reliquias de melómanos herméticos. Como producto de masas el rock también padeció una dolorosa obsolescencia, de la cual, para finales de los noventas apenas si quedaban rastros de su esplendor. Que encontrara otras formas, nuevas audiencias y medios para intentar mantenerse vigente, esa es otra historia, pero el mejor rock desde entonces (y acaso desde siempre) ha traqueado desde los intramuros y los escondrijos de las ciudades.

La segunda cosa: el aspecto político en la serie documental. El nombre “Rompan todo”, no es del todo acertado, me late que la historia que cuentan no tiene ese talante, denunciar o resistir no significaba necesariamente romper (quienes rompían de todo eran las dictaduras, la corrupción y los narcos, que por lo demás lo siguen haciendo, aunque con menos resistencia); ni siquiera vimos (que yo recuerde) a Charlie García rompiendo una guitarra, o rompiéndose él. Quien sí rompió hartas guitarras fue Kurt Cobain (idolo de nuestra más tierna adolescencia), seguramente como un acto de resistencia frente a esa industria que lo apabullaba, y que al final logró mercantilizar hasta la rebeldía del punk y la depresión del grunge. Desde que empezamos a decir “El punk no ha muerto” este dejó de tener futuro, puesto que se ocupó en delante de sobrevivir antes que de interpelar las instituciones o romperle algo al sistema.   

En el documental, cerca al final, un integrante de Café Tacvba dice: “El rock no ha muerto, desde que haya un político corrupto el rock seguirá vivo” (algo así), y en ese mismo segmento Santaolalla dice que el rock está como hibernando. No deja uno de sentir cierta nostalgia por esos tiempos idos en los que el rock resistía y levantaba su voz contra la barbarie y las injusticias, en los que rompía, eso sí, estereotipos y oídos correctos políticamente, y en los que se comportaba de verdad como una contracultura y/o una tribu urbana. Eso es quizá lo mas interesante de esta serie documental, el contraste que hace entre la escena rockera (la mayoría vieja guardia) y los conflictos políticos y sociales (de antaño, porque los de ahora poco) de esta región latinoamericana. A veces parecen forzadas o incluso clichés, pero lo cierto es que es lo más relevante, pues de cierta forma muestra como todas esas bandas y solistas, y sus canciones, resultaron ser más dignas y memorables que las obras de esos personajes inoperantes de la política.   

Hay de todas formas algunas apariciones en la serie que a mi parecer no encajan del todo bien: Don teto y Simón Mejía de Bomba Estéreo, Mon Laferte (mejor hubiera sido incluir a Ely Guerra) y Residente (con Illya Kuryaki and The Valderramas bastaba); lo que muestran más bien estas participaciones es la preferencia y vigencia del productor antes que la continuación de cierto legado del rock, de su carácter y su forma, en fin. Por otro lado, MTV que había sido un canal que desempeñó un papel importante en los 90s, viró a apuestas más pop y light. Es como si esa actitud contestataria del rock, antes la regla, hubiera sido apropiada más tarde excepcionalmente desde otros ritmos (la música urbana o el reguetón, Residente, Bad Bunny, etc.), por lo demás mejor acomodados a la industria y al gran público, a fin de intentar cubrir un poco esos huecos que dejara el rock. 

Con todo, a mi sí me parece que la serie documental es buena a pesar de haber dejado por fuera a mejores artistas (por ejemplo, que mal que Robi Draco Rosa no estuvo ni Rock al Parque, y hubiera sido bueno incluir a Estados Alterados de Colombia, total pusieron bandas argentinas que casi que se conocían solo allá), por solo nombrar tres casos, y favorecer a artistas que todavía no se consolidan en esta historia del rock, y otros que simplemente no pertenecen a esa forma o canon. Esperemos que el Rey Midas tenga razón sobre aquello de que el rock está hibernando, y esta serie sirva para que uno de estos días las nuevas generaciones rockeras despierten y nos sorprendan rompiendo algo, lo que sea, cualquier cosa es cariño: una pared, un celular, un televisor con Netflix, algo… Mejor romper algo que nada.

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