Julieta en las ciudades*

Julieta deriva deviene de un proceso de observación, exploración y reflexión, que en primera instancia responde a situaciones muy personales, y luego, a ciertas indagaciones en el campo del arte y de la cultura que de una u otra forma han configurado un corpus teórico, no ya como un marco (una epistemología o algo así) determinado, sino como un intertexto y como un referente importante para hacer emerger a partir de ahí un personaje que dé cuenta de una situación ya globalizada, esto es, la urbanización total de la sociedad (que advertía Henri Lefebvre) con todas las consecuencias que conocemos, y que dé cuenta por otra parte, de su propia ciudad, con todo y su geografía, sus coreografías urbanas, sus memorias e imaginarios.

Dos conceptos subyacen al fenómeno social que llamamos ciudad, al menos en Occidente y/o en las regiones occidentalizadas, esto es, el progreso y la libertad, los cuales están asociados evidentemente a la revolución industrial y a la migración del campo a la ciudad. Progreso y libertad son las dos promesas que llevaron a las multitudes a empellones hacia la ciudad, justificadas por la misma razón (clara y distinta) y sus presupuestos (a prioris), y más tarde (hasta hoy pero quizá desde siempre) en un, como lo llama Castoriadis, “Imaginario Social Instituyente” que en cierta forma es el que construye las instituciones y dicta las formas de comportamiento, etc. Lo que importa aquí en realidad es develar cómo esas dos promesas o imaginarios producen (indirecta o cruelmente) efectos contrarios a las utopías de la modernidad, pero también como cualquier habitante o transeúnte marca con sus pasos otros recorridos y experiencias potentes en esos espacios ortográficos de los planificadores de las ciudades.

Es precisamente a causa de ese imaginario del “progreso” que muchas ciudades quieren entrar la mayor de las veces a las bravas a procesos de renovación urbana que rompen con los tejidos culturales y sociales que allí se han tramado. Este es el caso de la Ciudad de Manizales que se encuentra en ese proceso de “renovación” en el sector de la plaza de mercado y/o el barrio San José, pero que como un efecto (acaso perverso) contrario, lo que genera es no sólo desarraigo y migración sino mecanismo de exclusión y marginalización. Julieta Deriva, en este sentido, no es tanto una denuncia cuanto la exposición de una situación y una reflexión en torno a los mecanismos, dispositivos o imaginarios (sociales instituyentes) que determinan los comportamiento incluso de los mismos ciudadanos. Por eso la ruta de Julieta va de la ciudad vieja a la ciudad nueva, porque siente en efecto que se quiere “liberar” más bien de ese “progreso” que la acosa y que la desplaza. Es en últimas el drama individual de una joven que no se encuentra y no se reconcilia con su casa, su barrio y su ciudad, y a la vez, una huella y un testimonio de un conflicto que resuena y se asoma en la memoria colectiva de muchos manizaleños. 

Cuatro imágenes y cuatro personajes anteceden a Julieta Deriva, El Hombre de las Multitudes de Poe, el flaneur de Baudelaire, Eveline de Dublineses de James Joyce, y una mujer que lee en una calle de Manizales.

El deseo de ser libres, afuera, en las calles y de estar entre las multitudes, no sólo generó, en el inicio de las ciudades populosas que conocemos desde la revolución industrial, ansiedad, sino desarraigo con las formas tradicionales de relacionarse. El hombre de las multitudes de Poe, sigue a un transeúnte cualquiera por toda la ciudad de Londres como si respondiera a una necesidad apremiante de reconocer a alguien, de saber de alguien, en una ciudad donde todos son desconocidos y están solos. En este cuento de Poe ya se pone de manifiesto varios aspectos inherentes a la experiencia urbana, el azar y el caos, el extravío y, digamos, la desconfianza frente al otro, puesto que proviene de un territorio ajeno a él. El hombre de las multitudes se disuelve en la multitud a pesar de que él mismo intenta distinguir y catalogar por oficios o clases a esos transeúntes. Se fija en un viejo que no aparenta nada bueno ni decente, al cual sigue por barrios, parques y avenidas de Londres para darse cuenta al final que dicho hombre extraño no iba para ninguna parte, igual que él, y antes bien, regresó a donde estaba.

El flâneur de Baudelaire es un tanto diferente, puesto que la experiencia que prima es la del placer frente a las multitudes, la fascinación por la velocidad, y el gusto por lo efímero, lo transitorio e intermitente; experiencias estas que, por lo demás, afianzarán no sólo los fundamentos sobre los que descansa la modernidad, sino el arte moderno. El flâneur es palabras más palabras menos, un viajero, un nómada, un turista, un ciudadano del mundo que transita los lugares acaso como “no lugares” (porque son espacios que supuestamente no presuponen la relación, el quehacer histórico, y en general, la identidad, según Marc Augé), porque permanece fisgoneando, tomando fotos, etc. Si hay algún lugar para el flâneur y acaso para la obra de arte ese es precisamente el tránsito. Pero bajo otro punto de vista ese tránsito no implica el placer sino un drama colectivo que no tiene mucho que ver con el snobismo y solipsismo de los flâneurs modernos o postmodernos y sus obras de arte.

Guardando las distancias, los relatos de Dublineses, si bien son modernos en el sentido de que usa un lenguaje rápido y sencillo para relatar una serie de historias, cuyos temas se ubican y encuentran su lugar en la ciudad y lo urbano, el interés de Joyce más allá de lo propiamente estético o narrativo consiste en expresar no sólo una coyuntura económica difícil de la sociedad dublinesa, sino una serie de conflictos y dramas humanos que se dan al interior de la ciudad. Dicho de otra forma, Joyce no se fascina tanto con la velocidad y las multitudes de la ciudad, sino que se da el lugar para descubrir en sus habitantes historias cotidianas y reales. 

El relato Eveline es un bello ejemplo. Eveline planea escaparse con su novio que es marinero, se sienta al lado de una ventana en su casa y recuerda cuando era niña, cuando su madre vivía, cuando jugaba con su padre. Eran tiempos felices aquellos. Pero de un tiempo para acá la relación con su padre no va muy bien, no sólo por el dinero sino porque le ha prohibido verse con su novio. Eveline coloca sobre la balanza todos los pro y los contra que implica su partida. Escucha una musiquilla y recuerda que prometió a su madre mantener el hogar unido. Finalmente decide salir, va tarde, su novio la espera, ya está en el barco, desde allí le grita a Eveline que suba; a ella le dan nauseas, se aferra a una barandilla de hierro mientras el barco se aleja. Sus ojos no tuvieron hacia él ninguna expresión de consideración o reconocimiento. 

Uno al final se pregunta: ¿Por qué no se fue Eveline?, y prueba varias respuestas que no satisfacen del todo; porque a pesar de que este relato está atravesado por algunos temas eminentemente urbanos: el dinero, los vecinos, las compras, etc., en realidad el relato es sobre Eveline y la decisión sobre su posible partida. Es la expresión de un conflicto inacabado entre su deseo de ser libre y de progresar y el lugar que se ha hecho ella misma para ocuparse de él y de su familia. La resistencia de Eveline consigo misma, su familia y su casa es en cierta medida contraria a la fascinación por el viaje y la velocidad del flâneur. A Eveline no le interesa ser una ciudadana del mundo o algo parecido sino ocupar su lugar, habitar su casa, recorrer las calles de su barrio, quedarse en su somnolienta y entumecida Dublín. A Joyce lo que le importa es la intimidad de Evelin antes que la publicidad de un personaje que vive en determinada situación en la ciudad de Dublín, le importa la expresión y el gesto singular de un ser humano en tal o cual circunstancia, antes que la representación de un personaje y un conflicto específicos. No sobra decir, que es brillante como se construye el personaje de Eveline y que son potentes las imágenes que construye Joyce para tejer la trama y el conflicto de este corto relato. 

La mujer que va leyendo por el andén del gran Teatro Los Fundadores de Manizales no es Julieta el personaje de un guión para cortometraje de ficción, ni mucho menos una imagen que de pronto se le pasó por la pantalla de la mente o en un sueño al autor de este texto. No, es una mujer real de carne y hueso, a la que llamaré L.A. Una mujer desconocida que vi caminando y leyendo justo en ese lugar que ya mencioné, y cuya acción me pareció de inmediato no respondía a un interés pasajero en un libro que de repente se ojea y luego se guarda para seguir leyendo en una posición más cómoda, sino a una práctica propiamente dicha, puesto que la acción efectivamente era fluida y segura. Semejante imagen me quedó rondando en la mente por varios días hasta que decidí imaginarme una posible ruta para esa mujer extraña y registrarla en un guión. Terminada la tarea, aguardé la oportunidad para emprender la empresa de realizar el esperado cortometraje, con tan mala (o tan buena) suerte que perdí el documento. Años después retomé la idea y me dispuse a escribir de nuevo dicho guión, el cual enseñé a varios amigos para que me dieran su concepto, hasta que me encontré con C.M. y le conté de donde había salido la idea. Resultó que él conocía a L.A. que por cierto era la hermana de B.A. a la que yo había conocido en ese tiempo. Me contó la historia real de L.A. y supe entonces por qué en efecto estaba leyendo, fluida y segura, en la calle, pero por otro lado quedé sorprendido ya no de la coincidencia sino del relato un tanto dramático que me contó C.M. y que no contaré porque me harían falta páginas, además no sería justo con el relato que me contó.  

Lo importante aquí es que la acción que tanto me sorprendió y que es el hilo conductor de la historia Julieta Deriva, en efecto estaba cargada de una intensidad que pude intuir, advertir, y luego descubrir no ya desde lo formal sino desde lo propiamente relacional. Dicho de otra forma, si bien la historia de L.A. y Julieta son diferentes, hay una serie de experiencias en las que se encuentran entre líneas y contrapuntos, como la exclusión, la enajenación y la migración. Ambas leen en la calle porque están agotadas de la ciudad y creen que no van a encontrar nada nuevo en ella. Con todo, Julieta también se pierde entre la multitud, buscando algo extraordinario, perdiéndose y volviendo sobre sus pasos, renunciando y esperando el azar que la rige. 

Finalmente, más allá de la nostalgia y del agotamiento poético que sugiere el recorrido de Julieta por algunos parajes de Manizales, el relato pretende hurgar en la radiante banalidad cotidiana, en la bienaventurada inutilidad de las acciones del ser humano en la ciudad. Por lo demás, el trasfondo de Julieta Deriva no es sólo la migración de ciudades pequeñas a ciudades grandes, el desempleo, o el trastorno psicológico de un personaje determinado en situaciones difíciles, sino también la experiencia estética urbana, propiamente dicha, cargada de tantas imágenes, de tantos sentidos, y al mismo tiempo tan caótica y vacía.

*  Este texto (salvo el título que se me acaba de ocurrir seguramente acordándome de esa bella película de Win Wenders Alicia en las ciudades) hace parte de la contextualización y/o justificación del proyecto audiovisual presentado en el 2011 a la convocatoria de Estímulos del Ministerio de Cultura en la categoría Coproducción Regional, el cual salió ganador de un estímulo para ser grabado en el 2012, y finalizado en el 2013

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