The Whale de Darren Aronofsky

¿A quién se la va a ocurrir juzgar a un desahuciado? O sobre la crítica tardía de la honestidad  

Un bus en medio de un terreno árido se detiene y deja a un hombre que se devuelve a pie por una carretera solitaria con un maletín a cuestas y arrastrando una maleta, después, escuchamos la voz de un profesor que no vemos, pero da indicaciones a sus estudiantes en una clase virtual sobre la escritura de sus ensayos, a continuación, vemos a nuestro personaje en un apartamento sombrío, un hombre gordo mirando un vídeo porno gay y masturbándose. 

Al borde del clímax (de esa petite mort) este profesor sufre un ataque al corazón, e inesperadamente toma unas hojas y se pone a leer un comentario acerca del libro Moby Dick, de repente llega alguien y toca detrás de la puerta, nuestro personaje lo hace entrar (se trata del viajero que vimos antes en la primera secuencia de la película) y le pide el favor de que lea; conforme la lectura avanza nuestro personaje se siente mejor, el viajero intenta ayudarlo llamando una ambulancia o predicando el mensaje de Dios, pero este se niega, y más bien le pide al supuesto misionero que lo acompañe, mientras llega Liz la enfermera.   

Así inicia The Whale, la última película del encumbrado director Darren Aronofsky, que además de haber sido seleccionada en un montón de festivales, su actor principal Brendan Fraser ganó el Oscar a mejor actor protagónico. Aronofky regresa a un tema ya conocido en su cinematografía: lo religioso contrapuesto a los vicios y el mal que aquejan a sus personajes erráticos al borde de la perdición, y cuyas motivaciones son por supuesto eminentemente morales (por no decir un tanto conservadoras o cuasi puritanas)  

En esta película desde muy temprano sabemos que a Charlie le quedan pocos días, su enfermera Liz se lo recuerda, el cuervo que lo visita en su ventana y el misionero que quiere salvar su alma lo confirman. Pero Charlie no sólo ES un desahuciado, terco y glotón gordo, sino que es un profesor y un padre ausente que quiere encontrar la redención en su hija abandonada y malvada, quien escribió a los ocho años, por cierto, el ensayo que este arrepentido y optimista profesor quiere escuchar antes de morir, que tiene como referencia para enseñar a sus estudiantes, y con el cual pretende convencer a su hija de que es importante e increíble.  

Charlie quiere enseñar a sus estudiantes a escribir bien y a ser persuasivos, pero más importante que el mismo orden de las frases o de los párrafos, es pensar en la verdad de sus argumentos y de escribir algo con honestidad. Al final Charlie se revela contra la forma convencional de escribir ensayos, entre otras cosas, porque ha sido removido de su trabajo, y en el momento que sus estudiantes (a regañadientes) aprenden esa lección, él mismo se revela mostrándoles que es obscenamente gordo, que vive imposibilitado en un apartamento desordenado, harto de su trabajo y de la forma convencional de escribir ensayos. 

Por su lado, la relación con su hija no puede ser peor, le recrimina con enconada honestidad su abandono y lo desprecia con sevicia, y a pesar de eso, sin ambages lo usa para que le haga las tareas del colegio, y lo acepta porque él mismo puso como intermediador de su reencuentro y su ilusoria reconciliación el dinero que le dejaría de herencia. Igual que él, aparentemente esa niña malvada no está del todo perdida, pues ha ayudado al supuesto misionero (que termina por creerse torpemente su papel de salvador) a regresar a la casa de su familia. Y esta es probablemente la segunda lección de esta película, a saber, que la gente es increíble porque se preocupa por los otros, contrario a lo que piensa la niña: que las personas son imbéciles, o lo que le dice Liz: que nadie puede salvar a nadie.    

Hay otra lección que quizá sea la más evidente y que se repite de principio a fin de la película a través de la frase: “el autor está intentando salvarnos de su propia triste historia, solo por un momento”, refiriéndose al Melville de Moby Dick. Por el contrario, en esta película la ballena es un humano, sí tiene sentimientos y quien la va a matar no es un obstinado y obtuso marinero, ni siquiera una niña malvada, sino él mismo Charlie, Aronofky también pretende salvarnos, mostrándonos el dolor y el arrepentimiento de un ser humano que cometió muchos errores, por lo cual todos deberíamos querer que encuentre su redención, la exesposa, la enfermera, la hija, y por su puesto, sus espectadores. ¿A quién se le va a ocurrir juzgar a un desahuciado? Al final lo importante no es tanto que Charlie por amor a uno de sus estudiantes haya abandonado a su hija, o que el dinero que recogió avaramente, ahorrando en hospitales y con su enfermera, pueda salvarlo de su culpa, sino que su hija no lo condene y pueda perdonarlo, y que nosotros como espectadores hagamos lo mismo.  

Charlie le grita implorando a su exesposa en un primer plano que no llame a una ambulancia porque el dinero que recogió es para su hija: “Necesito saber que he hecho una cosa bien en mi vida” Para ser honestos (obviamente siguiendo la lección de la película) esa escena me parece truculenta o efectista (¿cómo decirlo?), no tengo ningún reparo con la actuación de Fraser, pero sí con la manipulación de Aronofsky. En el fondo es una creencia muy judeocristiana aquello de creer que a través del dolor (de cuerpo del actor o del personaje) se purifica o redime un alma, aquello de la letra (en este caso el plano) con sangre entra. 

Hay otros representantes de ese estilo, por ejemplo, Lar Von Trier, quien también es bien honesto, pero sucede que semejante radicalidad en esas posiciones morales y en esas puestas en escena, suelen afectar y agotar de tal modo a sus espectadores que no les deja muchas ganas de pensar (como si bastara con percibir y sentir visceralmente) Volviendo a la película de Aronofky, por cierto, la música todo el tiempo está remarcando las situaciones dramáticas, a veces de forma evidente y obscena como suelen hacerlo las películas de superhéroes que embotan los oídos y los ojos por todos lados, justamente para no pensar, basta con ver lo que está pasando, y sentir. Eso es muy contemporáneo y por cierto es un fenómeno de los medios de comunicación populistas y amarillista de hoy en día.      

En conclusión y volviendo al tema de la honestidad (que suele ser tan atractiva y populista en estos escenarios, tan radical y maniquea), obviamente la película es muy buena, la actuación de Fraser y de quienes le acompañan en cada secuencia, y la puesta en escena casi en su totalidad en una sola locación, son extraordinarias, en fin, pero para mí ese negocio que le propone Charlie a su hija, el de dinero de la herencia a cambio de que lo acompañe, me parece de muy mal gusto y no tan honesto, sin contar con que la chica que odia a todo el mundo (empezando por su padre) haya ayudado de buenas a primeras al falso misionero que luego resultó creyéndose el papel que estaba representando. Hay unas ambigüedades impuestas y unas imposturas aquí en The Whale, no solo morales, por cierto, que no debería tener una película de semejante autor en tan gran industria. Eso pienso honestamente.

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